La lectura de esta noche...

. 22 marzo 2007

Imagínate que tienes que romperle el brazo a alguien.

El derecho o el izquierdo, da lo mismo. La cuestión es que tienes que rompérselo, porque si no lo haces... bueno, eso tampoco importa mucho. Digamos que ocurrirán cosas peores si no lo haces.

Mi pregunta es la siguiente: ¿le rompes el brazo de prisa -crac, vaya lo siento, deje que lo ayude con este cabestrillo de emergencia- o alargas todo el proceso durante sus buenos ocho minutos y vas aumentando la presión poquito a poco, hasta que el dolor se convierte en algo rojo y verde y caliente y frío y, en su conjunto, absolutamente insoportable?

Pues eso. Por supuesto. Lo correcto, la única opción correcta, es acabar cuanto antes. Rompe el brazo, sírvele una copa, sé un buen ciudadano. No hay otra respuesta.

A menos...

A menos, a menos, a menos...

¿Qué pasa si odias al tipo que está al otro extremo del brazo? Me refiero a que lo odias de verdad.

Digo ahora refiriéndome a entonces, al momento que describo; el momento fraccionado, tan condenadamente fraccionado, antes de que mi muñeca toque mi nuca y mi húmero izquierdo se parta al menos en dos -o probablemente más- trozos chapuceramente unidos.

Verás, el brazo en cuestión es el mío. No es un brazo abstracto, un brazo filosófico. El hueso, la piel, el vello, la pequeña cicatriz blanca en el codo, recuerdo de una esquina del radiador de la escuela primaria Gateshill, todo es mío. Ahora es el momento en que debo considerar la posibilidad de que el hombre que está detrás de mí, que me sujeta la muñeca y la sube a lo largo de la columna con un cuidado casi sexual, me odia. Me refiero a que me odia de verdad, y mucho.

Está tardando una eternidad.

Así es como empieza Hugh Laurie su libro Una noche de perros. Un libro al que todavía no le he metido muchas horas ya que las utilizo con otro fin. Me lo regalaron en Navidades y sólo he leído las primeras 25 páginas. Siempre me ha gustado leer un capítulo de cualquier libro tumbado en la cama justo antes de cerrar mis ojos. Pero desde hace tiempo, mis ojos caen antes de terminar la parte que me tocaba.

Por ejemplo, mi viaje a Chester y alrededores me ha servido para terminar de leer la tercera entrega de Jason Bourne (El ultimátum de Bourne) antes de que salga al cine este año. No es que sigan el mismo hilo la novela y la película de Matt Damon pero quería terminarla antes de su estreno. De las más de 600 páginas de las que se compone el libro, en sólo una semana he leído las últimas 450 caras. Eso demuestra lo que me gusta leer.

Transcurra el tiempo que sea, estoy seguro de que leeré el libro a poder ser en menos de 2 meses. ¿Por qué me pongo límite de tiempo? Porque por detrás vienen otros libros que también quiero leer y que tienen más polvo que el actual.

 

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